El Jueves Santo los cristianos nos reunimos para celebrar la Eucaristía en recuerdo de la Última Cena de Jesús. " El Señor Jesús, en la noche que iba a ser entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en memoria mía". Así mismo después de cenar tomó el cáliz diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebáis, hacedlo en memoria mía" (1Co. 11,23-25).
En aquella cena se llevó a cabo la consumación del Amor de Dios hacia los hombres, revelado en su Hijo Jesús. Él instituye la Eucaristía, por la cual permanece con nosotros hasta el final del mundo.
El Jueves Santo es el día del amor fraterno y nos recuerda que tenemos que ser solidarios con los más pobres y trabajar por un mundo más justo.
El amor fraterno solo es posible si nuestro corazón se abre a los demás, si compartimos lo que tenemos, lo que sabemos, si ayudamos a quien más lo necesita.
Hay un cuento muy bonito donde se expresa bastante bien lo que es el amor fraterno. Dice así:
El rey Salomón fue un rey judío considerado de los más sabios. Durante su reinado, vivieron en Siao, dos hermanos que eran agricultores y sembraban trigo. Cuando llego la época de la cosecha, cada uno fue a coger el trigo en su campo. Una noche, el hermano más viejo juntó varios paquetes de su cosecha y los llevó al campo del hermano más joven, pensando:
- Mi hermano tiene siete hijos. Son muchas bocas para alimentar. Es justo que yo le de una parte de lo que conseguí.
Con todo, el hermano más joven también fue al campo, juntó varios paquetes de su propio trigo, los cargó hasta el campo del hermano más viejo, diciendo para sí mismo:
- Mi hermano está solo, no tiene quien lo auxilie en la cosecha. Es bueno que yo comparta una parte de mi trigo con él.
Cuando se levantaron ambos, por la mañana, y fueron al campo, quedaron muy admirados de encontrar exactamente la misma cantidad de trigo del día anterior. Llegada la noche siguiente, cada uno tuvo el mismo gesto de gentileza con el otro. Nuevamente, al reaccionar, encontraron intactos sus estoques. Fue en la tercera noche cuando se encontraron en medio del camino, cada cual cargando para el campo del otro un haz de trigo. Se abrazaron con fuerza, derramaron muchas lágrimas de alegría por la bondad que los unía.
La leyenda cuenta que el rey Salomón, al tomar conocimiento de aquel amor fraterno, construyó el Templo de Israel en aquel lugar de fraternidad.
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