Cuando un ermitaño tomaba fama de buena persona, otros querían vivir cerca de él. Llegaban y se hacían su cabaña. Así se iba formando una comunidad.
Estos ermitaños pasaron a llamarse monjes y frailes y el lugar donde vivían monasterios o conventos.
En la actualidad, sigue habiendo hombres y mujeres que desean vivir de esta forma. Lo hacen por propia voluntad, sin que nadie les obligue a ello. Renuncian al mundo para dedicarse a Dios y a aquellos a quienes Dios ama.
Llevan una vida de oración, de recogimiento, de trabajo físico, de penitencia...
Rezan por todas las personas del mundo y por la conversión de todos los pueblos.
Para su sustento, realizan diferentes trabajos. Hacen dulces, labores, figuras, licores o cultivan su propio huerto.
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