sábado, 28 de mayo de 2016

MIS ZAPATOS

Aprendamos a vivir y convivir con lo que la vida nos regala todos los dias y disfrutemos lo hermoso de ella...

CUENTO: ANDROCLES Y EL LEÓN

Hace unos dos mil años, en la Antigua Roma, vivía un esclavo llamado Androcles. Su destino, como el de la mayoría de los esclavos, era luchar en el Coliseo a vida o muerte contra los leones.
El temido momento había llegado y esperaba su turno encerrado en una mazmorra de la que era imposible fugarse. Cuando parecía que ya no había más remedio que aceptar que era el fin, la suerte quiso que un soldado guardián se despistara y dejara abierto el cerrojo de la celda.  Androcles vio la oportunidad de escaparse…¡Y se escapó!
Aprovechó la noche para salir corriendo hacia el bosque, sin un lugar fijo a dónde dirigirse. Durante horas, protegido por la oscuridad, el pobre muchacho vagó de un lado a otro y se alimentó de las poquitas cosas comestibles que halló por el camino.
Casi amanecía cuando, de repente, vio un león que casi no podía moverse y gemía como un gatito. Aunque era grande y lucía una frondosa melena, no parecía un animal agresivo. Androcles se acercó a él manteniendo una distancia de seguridad y le preguntó por qué se quejaba.
– ¿Qué te sucede, amigo león? Es la primera vez que veo a una fiera como tú llorar amargamente.
– ¡Me encuentro muy mal! He pisado una espina grande y afilada que se me ha clavado en la pata. La herida sangra sin parar ¡Por favor, ayúdame, te lo suplico!
– Tranquilo, veré lo que puedo hacer.
Androcles se enterneció al ver al pobre león sufriendo. Si no le ayudaba, moriría desangrado. Se acercó venciendo el miedo y observó la pata con detenimiento. La verdad es que la herida tenía una pinta muy fea y debía actuar con rapidez. Arrancó un trozo de tela de su manga y se acercó a un pequeño manantial que brotaba a escasos metros. Mojó el tejido y regresó junto al león para limpiarle bien la herida de tierra y sangre. Después, buscó la espina y, con mucho cuidado, la extrajo con habilidad.
Para calmar el dolor y bajar la inflamación, utilizó como apósito sobre la zona lesionada unas hojas verdes mezcladas con barro ¡Era un viejo remedio que no solía fallar! Al cabo de un rato, el león se sintió muchísimo mejor.
– ¡No sé cómo agradecerte lo que has hecho por mí! ¡Me has salvado la vida!
– Bueno… ¡Es lo menos que podía hacer! Nadie se merece sufrir.
– Por favor, acompáñame a mi cueva. Allí tengo carne de sobra para los dos y me encantaría
compartirla contigo.
– ¡Gracias! En las últimas horas sólo he comido unas avellanas y estoy muerto de hambre.
El joven y el león se fueron juntos y disfrutaron de una apetitosa comida. Después, pasaron un rato estupendo hablando de sus vidas, muy diferentes pero parecidas en algunas cosas, hasta que llegó el momento en que Androcles tuvo que despedirse. Quería alejarse de la ciudad de Roma y buscar un lugar más seguro donde vivir.
Le dio un fuerte abrazo a su nuevo amigo y tomó un camino de adoquines que sabía que le llevaría a la costa ¡Quizá allí podría coger un barco rumbo a nuevas tierras!
Desgraciadamente, los soldados romanos le encontraron antes de llegar a ver el mar y le apresaron para que el emperador decidiera qué hacer con él. La única esperanza que le quedaba de ser libre se diluyó como un terrón de azúcar en un vaso de agua caliente.
El bueno de Androcles fue condenado nuevamente a enfrentarse en la arena con un león. Cuando llegó el fatídico día, esperó angustiado en su celda, pues sabía que ante una fiera, tenía todas las de perder. Desde allí escuchaba el tumulto de la gente sentada en las gradas. Un soldado fornido y con cara de pocos amigos le sacó a empujones y le condujo por un pasadizo húmedo y oscuro hasta que salió a la arena. Cegado por el sol, se colocó en el centro como le habían indicado.
Por una de las puertas del Coliseo, vio aparecer un enorme felino que rugía enseñando los colmillos, se aproximaba a él sin quitarle ojo y estudiaba cada mínimo movimiento que hacía. Androcles sintió que todo el cuerpo le temblaba como una torre de naipes ¡Era imposible vencer a ese animal! Pero a medida que se fue acercando, el león dejó de rugir y de su cara salió una sonrisa. Cuando estuvieron frente a frente,  el león se lanzó a sus brazos y comenzó a lamerle con cariño y a gritar su nombre.
– ¡Androcles, eres tú! ¡Qué alegría verte! ¡Mi querido Androcles!
– ¡Oh, amigo! ¡A ti también te han capturado! ¡Cuánto lo siento!…
– ¡No te preocupes, yo jamás te haría daño! Soy incapaz de verte como un enemigo, por mucho que quiera todo este gentío que nos rodea.
– ¡Ni yo a ti! ¡Sabes que te quiero muchísimo!
Androcles y el león seguían abrazados ante las miles de personas que asistían como público y que se habían quedado en absoluto silencio. El emperador, desde la tribuna, estaba pasmado y no daba crédito a lo que veía ¡Un león y un humano comportándose como dos íntimos amigos! Eso era algo realmente emocionante y debía ser premiado. Se levantó de su asiento y alzando la voz, gritó a todos los presentes:
– Por muchos espectáculos que veamos en este anfiteatro, jamás nada podrá compararse a lo que tenemos ante nuestros ojos. El amor que hay entre este esclavo y este león, me conmueve profundamente.
La voz del emperador retumbaba en todo el Coliseo. Tomó aire y continuó.
– ¡Como máximo mandatario del Imperio Romano, ordeno que ambos sean puestos en libertad para siempre!
Miles de hombres y mujeres se pusieron en pie y comenzaron a aplaudir efusivamente. Androcles  y el león comenzaron a llorar emocionados y abandonaron el Coliseo camino de su libertad.
A partir de ese día, el león regresó a una zona segura del bosque junto a sus congéneres y Androcles se fue a vivir a una modesta casita donde formó una familia y fue muy feliz. El tiempo no les distanció: siguieron viéndose a menudo y su amistad duró eternamente.

Enseñanza: Los buenos actos siempre son recompensados y los amigos, sin son de verdad, lo son para siempre, sean cuales sean las circunstancias.

Autor: Esopo.



¿Has encontrado alguna diferencia entre el cuento escrito y el del vídeo?

jueves, 19 de mayo de 2016

CUENTO: EL DON DE SER DIFERENTE O EL CÁNTARO ROTO

En una aldea situada en un desierto, vivía un hombre que cada mañana traía agua desde un manantial ubicado a unos pocos kilómetros de distancia.
Colocaba dos grandes cántaros a ambos lados de una gruesa barra de madera que, a su vez, apoyaba en sus hombros. Y así comenzaba un camino que siempre era el mismo.
Tardaba más o menos una hora en llegar hasta el manantial. Una vez allí, se sentaba un rato a descansar y después llenaba los dos cántaros para iniciar el regreso.

Aunque eran parecidos, había una diferencia importante entre ambos recipientes. Uno cumplía a la perfección su trabajo, pues mantenía toda su agua intacta durante el trayecto. En cambio, el otro, debido a una pequeña herida en uno de sus costados, iba perdiendo agua durante el regreso; tanta que, al llegar de nuevo a la aldea, había perdido la mitad de su contenido.

Este último cántaro, conforme pasaban los días, se sentía cada vez más y más triste, pues sabía que no estaba cumpliendo con su trabajo. Y aun así no entendía por qué su dueño no lo arreglaba o, directamente, lo sustituía por otro. “Quizás”, pensaba, “esté esperando el momento en que me rompa totalmente para cambiarme por uno más nuevo”.

Llegó el día en que ya no pudo aguantar más y, aprovechando, que el aguador lo abrazaba entre sus manos para llenarlo de agua, se dirigió a él:
-Me siento culpable por hacerte perder tiempo y esfuerzo. Te pido que me abandones y me cambies por otro más nuevo, pues ya ves que soy incapaz de servirte como debiera.
-¿Qué? -contestó el aguador, extrañado-. No te entiendo, ¿por qué dices que no me sirves?
-Acaso no te has dado cuenta de que estoy roto y voy perdiendo la mitad del agua durante el camino de vuelta.

El aguador, conmovido, mostró una pequeña sonrisa, la abrazó junto a su pecho y le dijo en voz baja:
-No eres mejor ni peor, simplemente eres diferente y justamente por eso te necesito.
El cántaro no entendía nada.
-Mira, vamos a hacer una cosa -le contestó el aguador-. Hoy, durante el trayecto de vuelta quiero que te fijes bien a qué lado del camino crecen flores.

Este texto es una adaptación de un cuento popular y está extraído del libro: Cuentos para entender el mundo. Eloy Moreno

miércoles, 18 de mayo de 2016

PROYECTO DE TRABAJO: "Y EL MUNDO COMENZÓ"


Este proyecto está enfocado para el alumnado de Primer Ciclo de Primaria.

lunes, 2 de mayo de 2016

FIESTA DE LA SANTA CRUZ

La cruz es el símbolo más importante para los cristianos porque en ella murió Jesús.
El día 3 de mayo se celebra la fiesta de la Santa Cruz.
Esta fiesta parece tener su origen en el hallazgo, por parte de Santa Elena, de la Cruz donde murió Cristo.
Cuenta una leyenda que Santa Elena, madre del emperador Constantino, fue a Jerusalén a buscar la cruz donde murió Jesús y en el monte Calvario encontró ocultas tres cruces, una era la de Cristo y las otras dos de los ladrones que crucificaron el mismo día que a Jesús. Para descubrir la de Nuestro Señor, coloca las cruces sobre personas enfermas y alguna muerta. Al tocar la verdadera, se curaron y la persona muerta volvió a la vida. A partir de ahí nace la veneración de la Cruz.
Santa Elena murió rogando a todos los que creen en Cristo que celebraran la conmemoración del día en que fue encontrada la Cruz.

La celebración popular de la Cruz de Mayo tal como la conocemos hoy, alcanzó su máximo esplendor en los siglos XVIII y XIX.
El centro de la fiesta es una cruz adornada con flores que se coloca en calles y plazas.
Veamos algunos ejemplos de cruces en Córdoba:
Cruz en el Compás de San Francisco.
Cruz de la Hermandad Paz y Esperanza.
Cruz del "Esparraguero"
Cruz junto a la iglesia de San Andrés.
Cruz junto a la iglesia de Santa Marina.

ERMITAS DE CÓRDOBA




Puerta de entrada a las ermitas. Actualidad
Puerta de entrada a las ermitas. Año 1900


Los ermitaños eran personas cristianas que se retiraban al desierto o a zonas de montaña para llevar una vida de silencio, soledad, oración, austeridad y penitencia.
En Córdoba, según la tradición, existieron ermitaños desde finales del siglo III o principios del IV. Se extendieron por la falda de la sierra, desde Hornachuelos hasta la ermita de Linares (Córdoba). Vivían en cuevas naturales o pequeñas chozas que ellos mismos construían.
En el año 1703, el Ayuntamiento de Córdoba les concedió la cumbre del Cerro de la Cárcel, que era un terreno baldío, para que se trasladaran allí todos los ermitaños dispersos por la Sierra de Córdoba.
Durante los 6 años siguientes, se construyeron la iglesia, las 14 ermitas y la cerca del Desierto que, desde entonces. se llamó de Nuestra Señora de Belén.
Allí permanecieron hasta 1957, año en que se extinguió esta Congregación.
Las ermitas se erigieron con los siguientes nombres de santos: Mateo, Matías, Bartolomé, Andrés, Pedro, la Magdalena, Santiago el Menor, Pablo, Felipe, Tomás, Santiago el Mayor, Judas Tadeo, Juan y Simón.
Las que se pueden visitar son las de Santiago el Menor y la Magdalena.
La ermita de Santiago el Menor estaba ocupada por el hermano que atendía la portería del Desierto y los visitantes.
La ermita de la Magdalena está al lado del cementerio. La ocupaba el hermano más anciano o el que estaba enfermo.


Interior de las ermitas. En ellas encontramos la cama donde dormían y otros enseres utilizados en su vida diaria.

La iglesia que construyeron los primeros ermitaños en el año 1703, era muy pequeñita. Decidieron ampliarla gracias a la ayuda de un bienhechor que quiso permanecer en el anonimato.
Fachada de la iglesia
Es de una nave con crucero. El cuerpo de la iglesia se cubre con bóveda de cañón y el crucero con bóveda semiesférica.


En el altar mayor destaca la imagen de Nuestra Señora de Belén.

Otros bonitos rincones que nos encontramos en esta zona de las ermitas cordobesas son:
Paseo de los cipreses con la cruz del humilladero al fondo.
Monumento al Corazón de Jesús
Cementerio
Pintura en una cueva