Nació probablemente en el año 912, de una familia acomodada y profundamente cristiana, y recibió una sólida formación.
Tenía un tío llamado Hermoigio que estaba en la cárcel. Era prisionero de los musulmanes y parece que Pelayo se intercambió por él y se quedó en prisión. El niño tenía unos diez años. Pasó tres años en prisión, donde creció y se convirtió en un joven muy hermoso y de agradable presencia. La fama de su hermosura llegó hasta el califa, que ordenó que lo trajeran a su presencia.
Cuando Abderramán vio a Pelayo le ofreció honores y cargos importantes si renegaba de su fe, pero Pelayo los rechazó: Todo eso, oh rey, es nada. Yo soy cristiano, lo fui y lo seré: nunca negaré a Cristo, pues cuanto prometes acaba, y Cristo, a quien yo adoro, no tiene fin, como no tiene principio.
Abderramán, viendo que no conseguía nada, ordenó que se le torturara; y como tampoco esto daba resultado, encolerizado, decretó para él una muerte sumamente cruel: que le cortaran uno a uno sus miembros y que lo arrojaran al Guadalquivir.
Pelayo no se resistió ni se quejó durante la ejecución, que duró seis horas. Finalmente pusieron fin a su vida, cortándole la cabeza».
Los cristianos de Córdoba recogieron sus restos del río y los sepultaron con gran veneración.
La fama de santidad de este niño se propagó rápidamente por toda España e incluso en el exterior.
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