Hace muchos, muchos años, había un pequeño reino de campesinos, pastores y otra gente trabajadora del campo.
El rey, que vivía con su mujer y su hija, contemplaba sus tierras desde lo alto de su castillo. En esas tierras vivía un temible dragón que escupía fuego cuando se enfadaba.
El monstruo, era tan grande que cuando tenía hambre daba un paseo por el campo y se comía 2 o 3 vacas perfectamente.
Viendo como las reses iban escaseando, los pastores, granjeros y demás gente fueron a visitar al rey para pedirle una solución.
-El Dragón acabará por terminar nuestros animales- dijo un habitante.
-¡Nos moriremos de hambre!- exclamó otro.
El rey, se encerró con sus consejeros y debatieron el asunto.
Finalmente, se tomó una decisión. La reina fue la encargada de leer el bando:
-Por orden del rey, se escogerá una persona al azar de todo el reino, cada miércoles, para ser entregada al dagón como ofrenda.
Un gran clamor estalló entre la gente.
Era una solución terrorífica pero la única que podía solucionar el problema.
Ese mismo miércoles, se empezó con el temido sorteo.
Se colocó, en la plaza del castillo, una gran urna con los nombres de todos los habitantes y la reina sacó una papeleta al azar:
-Enrique Jacinto, el panadero.
Un murmuro se extendió por la plaza del castillo.
El escogido no tenía otra opción.
La mala fortuna le había escogido como el primer sacrificado al dragón.
El hombre, marchó hacia la cueva del dragón y le dijo:
-Vengo a ofrecerme como tu comida. Por favor no devores nuestros animales.
El dragón de un bocado engulló al elegido y se echó a dormir.
Durante, los siguientes 6 días, los habitantes contemplaron aliviados que el dragón no volvió a atacar ningún otro animal de pastoreo ni de granja.
La tranquilidad había vuelto al reino.
Pero, desgraciadamente, transcurrió finalmente la semana y volvió a llegar otro miércoles. El temible sorteo se tenía que repetir: Era la única manera de mantener al dragón saciado y que no atacase a los animales.
La gran urna se colocó de nuevo en la plaza del castillo y la reina sacó otra papeleta.
Una chica joven fue la elegida esta vez.
Las semanas fueron pasando y con ellas, la urna iba escogiendo al desafortunado o desafortunada que se convertiría en la comida del Dragón.
Muchos hombres lloraban, muchas mujeres pedían clemencia, los niños chillaban, las niñas suplicaban pero no había salvación para el elegido.
El dragón, que ya se había acostumbrado al sistema, esperaba felizmente el día del sorteo.
Se sentaba delante de su cueva con una sonrisa y esperaba su ofrenda.
Hasta que, por cosas del destino, la reina sacó una papeleta y con cara totalmente pálida dijo:
-La princesa.
La muchacha, al escuchar tal noticia cerró los ojos tristemente. Sabía que no podía huir.
La joven y hermosa princesa se despidió, entre sollozos, de sus padres y emprendió la marcha hacia la cueva del Dragón.
Al llegar, el sediente animal le dijo:
-Te estaba esperando.
Cuando justamente el Dragón iba a cerrar la boca con la princesa en su interior, un apuesto caballero se presentó ante el dragón a lomos de un caballo blanco.
-Soy San Jorge, caballero del imperio, te ordeno que liberes a esta dama o te enfrentarás a mi espada.
Viendo la negativa del animal, se inició una dura batalla: espada contra dientes, escudo contra fuego.
Finalmente, un estoque de San Jorge mató al dragón.
La espada había abierto una herido por la que salía una sangre de un rojo muy intenso y formaba un pequeño riachuelo en el suelo.
De entre la sangre, brotó una hermosa rosa que San Jorge cortó y regaló a la princesa.
La princesa volvió al castillo de la mano del caballero y dijo:
-¡Este caballero me ha salvado! ¡Nos ha salvado! ¡Ha acabado con el Dragón!
Todos los habitantes, al enterarse de la noticia, estallaron en júbilo:
-¡Qué se casen, que se casen!
Y así, la princesa y San Jorge, lo hicieron.
Encontrado en http://www.dibujosparapintar.com
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