La Biblia comenzó a escribirse unos mil años antes de que naciera Jesús y se terminó en el siglo I o II de nuestra Era Cristiana.
Los textos más antiguos que conocemos están escritos en tabletas de arcilla mediante incisiones con punzones. Sus caracteres tienen forma de cuña. Por eso se le llama escritura cuneiforme.
La mayoría de los relatos bíblicos tienen su origen en un hecho o acontecimiento que se transmite por tradición oral y luego se fija por escrito. Una tradición oral puede fijarse por escrito en distintos lugares y no ser, por tanto idénticas las versiones.
El material en que se escribieron los textos fue el papiro, normalmente por una cara. Luego, la hoja se enrollaba, y se convertía en un rollo, o se doblaba y cosía, formando un códice. El papiro se conserva únicamente en lugares muy secos.
Los copistas podían tener fallos y los papiros, al ser frágiles, se deterioraban y esto explica la cantidad de variantes que ofrecían los manuscritos.
En el año 384, el papa Dámaso ordenó a su secretario, Jerónimo, que revisara los textos sagrados y los tradujera al latín, ya que la Iglesia occidental, romana, lo utilizaba de forma cotidiana. Jerónimo, conocedor del hebreo y del griego, hizo una versión uniforme de todas las versiones hasta entonces existentes: se le ha llamado Vulgata, Biblia Vulgata. Esta es la que ha llegado hasta nosotros.
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